Bendito tumulto - La Crónica del Quindí­o - Noticias Quindí­o, Colombia y el mundo

2022-08-05 07:53:46 By : Ms. Riva Wu

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El agua corre por el canal, cargada de lodos. No es la hora violenta de la tarde; puedo seguir con el oído el itinerario de un solo carro en la avenida. Veo la estación, horizontal, a un kilómetro y medio.

Trato de recordar las cosas que hice antes de salir de casa: ¿Habré puesto doble llave a la puerta? La ducha sigue goteando, no recuerdo si retiré los residuos del sifón. Tal vez regresen las hormigas, olvidé limpiar el derrame sobre la estufa. Esta calle huele. Hay polvo, carburo, perfume de mujer; orines, espumas.   

Debo pasar la avenida. Estricta, atino las líneas de la cebra. Recojo mi cabello, con una liga que encontré tras rebujar la mochila. Atrapé algunas monedas, el brillo labial, las gafas están fuera del estuche; extraigo los dedos untados de crema facial. Mi cabeza rehierve: «Cuántas cosas disfuncionales hoy».   

Piso los primeros escalones. Hay un hombre sentado en los tubos sobre los cuales quisiera apoyarme, cuando finalice el ascenso. Está vestido con un esqueleto rojo y en la gorra el símbolo de los Yankees; le brilla la cruz en la oreja. Da una mirada rápida al punto medio de mi cuerpo. Observo las cuencas definidas, huecos bajo sus pómulos. Finjo prisa.  

Dice algo que suena a escape de aire, a pedido de silencio en sala de hospital. La comisura de mi labio se estira involuntaria hacia la mejilla: «A veces estoy en oferta», pienso, «¿Y qué?». Casi me sonroja su manera de aparecer, es una figura sólida. Las nuestras son miradas de personas que se entienden. Siento vanidad de los sonidos que su boca produce para mí. Sigo mirándole incluso cuando el muro de la cabina se interpone.  

No tengo nada importante que ir a hacer a la peatonal. Sentarme a ojear La inteligencia de las flores y tomar líquidos de greca, en Café Oriental; plagiar la soledad de los poetas; sacrificar las horas ilícitas para mirar la efervescencia que producen los kioscos de licores. Al final del día, reemplazar por las sábanas la soga que tengo anudada al tubo de la ducha; obtener la sensación de muerte que deja el orgasmo, cerrar los párpados, exhalar.  

Asalta un deseo de reírme con toda la boca, mientras ingreso a la fila: «Produzco este ambiente de mosca que pocos observan». Bendito tumulto. Disminuye la exasperación porque estoy adentro, empujada por los cuerpos que avanzan hacia las vías férreas. Veo sus partes prohibidas sin tener que correr la mirada, solapar la expresión, contener las deflagraciones. Zapatos suenan sobre pasillos.

Alguien rozó mi hombro. Miro atrás y noto cómo algunas bocas se abren y se cierran: «Nuestros intestinos están a oscuras ahí dentro, ¡Qué horror!», digo para mí, asombrada ante esa vieja fatalidad.  Alguien se sale de la fila, habla por teléfono. Quiero gritarle que debe entrar, impulsar el fluido como nosotros. “Nosotros” es una palabra balsámica, debe pronunciarse durante las primeras horas del día.  

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